LOS SONIDOS DEL SILENCIO. (Felicitar a ciegas)

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No quiero pecar de pretencioso pero esta es una de las pocas maneras por no decir la única que se me ocurre de felicitar su 26 cumpleaños a Adrián. No veo otra forma. Así que, estés donde estés, que pases un buen día, nene.

No sé a ciencia cierta quién puso de moda esto de celebrar días determinados al año porque por motivos que no vienen al cuento, yo no celebro últimamente ni salir de chufla y prefiero celebrar cuando me salga de entre ese sitio que todos pensamos. Lo cierto es que esto de las festividades, según dicen beatas, meapilas, purpurados de la curia y allegados, Aquél que curro nada más que seis días en toda su larga vida, descansó el séptimo día un tanto inseguro (¡con lo que es Él!), horrorizado de lo que había creado (peor imposible salvo escasas excepciones), apesadumbrado de lo que había hecho (¡Jesús, Jesús, Jesús…!, Ay de Aquel, que todavía no estaba por estos andurriales, la que le esperaba), sabiendo de sobra que le iba a salir el tiro por la culata, se auto columpió, pasó de todo, empezó a ponerse mandón, para variar y dijo que el domingo era para sus muelas y que había que santificarlo como correspondía. Como Dios manda. En su honor y esas cosas. O eso es lo que machaconamente nos han ido contando por saecula saeculorum. Amén.

No van por ahí los tiros en lo que viene a continuación pero por apostar, envidiosillo que es el Hombre y viendo que de agasajos, “fiestuqui” celebracional y recordatorios, se podía sacar una buena tajada con el merchadising, todo un pastizal, se puso a alabar, no solo un día a la semana, sino que cualquier día era bueno para él. De entrada, pillarse un acueducto en vez de un puente y también, por sacar tajada, para un recordatorio, para celebrar una onomástica, para que la efeméride de que “tal día como hoy” un país se pasó por el arco de triunfo a treinta mil y la madre, para inmortalizar al que la había palmado y para que nos acordemos, maldita la gracia, del sum, sum, corda.

A un nivel más íntimo y más satisfactorio, estas conmemoraciones podrían valer para felicitar al que en ese día había nacido, había visto la luz, aunque luego fuesen tinieblas y con ese instante se te hubiese arreglado el cuerpo, el espíritu y la continuidad de la especie. De tu especie. A fin de cuentas, al final se trata de eso. O a lo mejor no. Demasiadas cosas y sensaciones. Demasiadas alegrías y sinsabores. Demasiadas satisfacciones y pesadumbres. Y todas mezcladas en la misma probeta y en el mismo tubo de ensayo. Es lo que tiene la química. Demasiados ingredientes y muchas veces mezclados con mucha mala uva, como hecho adrede.

Todo eso del “Happy Birthday to you” está muy bien sobre todo si los agasajadores y el rey del mambo están presentes y no de cuerpo presente. Ahí sí que se le puede echar mano al cordero, que no falte, al vino, a la tarta, a soplar velitas para que se cumplan misteriosas ilusiones, a lo que se tercie y a llevarse bien por unas horas, que no somos para un día. Y cuando pasa ese día, el día siguiente tiene nombre de cadena perpetua, más cercano el fin, en cualquier cárcel, como es la de esta vida y de vidas pasadas. Nadie se va a quedar aquí ni para simiente de orégano. “Ya tengo equis tantos años y un día”. Casi dan ganas de tirar la toalla para no reencarnarse en nada de una puñetera vez, no vaya a ser que resurjamos en el alma de una sabandija. Y no me refiero a los políticos que esos son las peores. No nos va a ir mejor, visto lo visto. Con los políticos que tenemos, tampoco.



Cuando no se está delante, sino a miles de metros o más, o a cientos de metros, incluso a la vuelta de la esquina, inclusive orbitando en nuestro planeta Marte particular, decir en voz alta “¡felicidades, chaval (chavala)”! pueden ser los sonidos del silencio. ¿Quién es el que tiene un emisor de ultrasonidos para prestar? ¿Quién es que tiene el receptor adecuado para esas frecuencias? ¿Quién es el guapo, guapa, bonito de cara? Pero no hay que desanimarse. Se puede contar con los corre-ve-y-diles de turno que se lo curran y ya se lo contarán al interesado aunque sea cien años después cuando los que queden estén también calvos.
Yo he pergeñado, he ideado, he soñado, me he devanado la sesera para que, aunque sea a hurtadillas porque no estoy interesado en destacar, en provocar, en volver a empezar ni nada que se le asemeje (de momento, nunca se sabe, ni si este cura es tu padre) que una felicitación de esas, que no una postal de Navidad que aborrezco, llegase a buen fin, a su destinatario. Y he llegado a una solución clara y definitiva. El, la, mozo, moza del cumple, que se dé por felicitado, tal cual, que ya se encargarán de contárselo tarde o temprano. Este mundo es un pañuelo y estás cosas, y gracias al que sea, no son una payasada. ¡Ay, los payasos! Gente seria como los payasos de la tele, Fofito incluido, nos harían falta más a menudo.

Así que sin más, celebrando un día en la intimidad junto a mi eterna compañera, La Sole, que no me deja ni a tiros, levantaré una taza de café negro, humeante y sin azúcar hacia el cielo y brindaré por los ausentes, por aquellos de “tan cerca, tan lejos” que digo otras veces, con el infantil deseo de que de una vez por todas la Rueda de la Fortuna sonría al que cumpla lo que sea, aunque sean cien, cincuenta o veintiséis, y se dejen atrás viejas historias. Lástima que no sepamos, yo tampoco, olvidar como se merece la ocasión. A estas alturas ya no merece la pena revolver las aguas no vaya a ser que se pongan turbias
Aquel que cumpla, con quien cumpla en compañía, que sepa ver que detrás de cualquier ventana una sombra amable mira en la lejanía, en el recuerdo. Como todos los años. Como siempre, testimonial. Como desde siempre dejando que las cosas sigan como están. Mejor así.
Felicidades en el silencio. Felicidades dando palos de ciego. Por si acaso. Para otras cosas tengo peor memoria, aunque me acuerde de todo.

¡Felicidades, nen! Te puedes dar por felicitado.