CON DIOS HEMOS TOPADO, AMIGO SANCHO

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Me he quedado gratamente sorprendido de una película para la televisión de hace año y medio que si bien no habla de terremotos, se refiere al terremoto que sufrió Europa en los campos de exterminio, que ahí también cayeron como moscas. El telefilme es “God on Trial” o “Juicio a Dios” de un guionista que venía desde hacía tiempo persiguiendo. Me refiero a Frank Cottrell Boyce que personalmente me gustó con sus guiones de "Código 46", perfectamente revisitable hoy en día con las paranoias que se están montando en los aeropuertos, las agencias aseguradoras y donde se mueve la pasta gansa. O la excelente, por ingenua a veces, de "Millones". Pero para hacer un guión como éste hay que tenerlos muy cuadrados. Eso de que en una situación extrema como fueron los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial y que algunos son capaces de decir poco menos que eran balnearios y que del genocidio, "ná de ná", que eso son falacias, juntar a un grupo de futuros judíos a punto de ser apiolados y montarle un sumarísimo al Supremo Hacedor, tiene toda su mala bilis o bien, de intentar poner las cosas en su sitio, religiosamente hablando. Qué poco llega a importar ser del judaísmo, cristianismo, mahometismo, budismo o todo lo que acabe en "ismo" durante esos 90 minutos del metraje que nunca llegan a hacerse ni divinos ni eternos. Sus diálogos muy bien construidos y documentados, una ambientación espartana y un genial hacer de los actores en sus caracterizaciones dramáticas pueden llegar a recordar a más de uno preguntas que a veces nos hemos hecho y hemos dejado sin respuesta, sea un tsunami, sea un terremoto en Haití, sea el Holocausto o cómo le va a Palestina, donde estos judíos con sus jueces devuelven la pelota en sus comentarios a lo que luego fue después de 1945. Y es que siempre hay que enmascarar el sufrimiento del pobre, del desterrado, del perseguido político, del obrero o de afectados por catástrofes con consejos espirituales, rezos y rogativas. Queda siempre la eterna pregunta de ¿por qué a mí, Jesusito de mi vida?, pero nadie sabe la respuesta o dar con ella.
Estoy seguro que cualquier agnóstico, ateo, teólogo sin muchas pretensiones o amantes de ver los rostros en un quejido, como el maestro Dreyer hizo en su cine, disfrutarán a lo grande del visionado de esta película y la tendrán, con las reflexiones que conlleva, más de un día en la cabeza. Yo les invito a que hagan comparaciones odiosas desde el prisma de esta cinta ambientada hace setenta años y que lo extrapolen a nuestros días, a ver qué diferencia ven entre las iglesias, mezquitas, templos, los gobiernos, las opiniones sesudas de algún presidente actual de república bananera o las de algún clérigo mitrado que sigue confundiendo churras con merinas y fe católica con los muertos de Haití con el beneplácito de cuervos y aves de mal agüero. Para que nos vayamos dando cuenta de que sea la situación que sea, a los de arriba, en general, les importamos un bledo los que vivimos en el entresuelo izquierda. O en el segundo sótano. A la izquierda, claro
Y eso que es una genial obra cinematográfica para la televisión. Para la inglesa, claro. Aquí haces algo de eso y primero te empapela Munilla y luego el Rouco te excomulga por sécula seculorum. Amén. (Otra película muy buena, pero esa para otro día).

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