LOS TOROS, DESDE LA BARRERA.

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Lo está volviendo a hacer. “F.” no aguanta dos tragos sin que la verborrea le supere. Y se pone pesado, muy pesado y muy cansino. Solo lleva un gin tonic y el camarero empieza a desfilar de un lado a otro del mostrador. Como haciéndose el loco. Las miradas que le lanza a A., porque son lanzazos, van desde una sonrisilla complaciente, aunque nunca es cómplice, a pensar que siempre le está tocando bailar con la más fea.

LOS TOROS, DESDE LA BARRERA, NO SON VAQUILLAS.


Es mujer y va dando traspiés por el centro de la calle. “B.” ya no controla como quisiera y se la puede ver a primeros de mes, cuando cobra evidentemente, cómo oscila de una acera a la de enfrente sin la vista puesta en los coches que la sortean a duras penas. Hay veces que se para en el centro de la calzada, mira hacia atrás con el poco orgullo que cree que le queda, levanta jocosamente un puño iracundo y se le oye farfullar algo ininteligible. Acaba rematando su mini alegato mirando al suelo y mascullando un “…jos de puta, …jos de puta, …brones”.

LOS TOROS, DESDE LA BARRERA, EMPIEZAN A SER ALGO MÁS QUE CABESTROS.


También es mujer. “C.” A fin de cuentas el nombre es lo que menos importa. La puedes ver con sus eternas gafas negras y no es porque le estorbe el Sol exactamente. A cualquier hora las lleva. Lo achaca, el uso de las mismas, a unas migrañas espantosas. Los demás piensan/pensamos que es para que no podamos ver sus ojos enrojecidos. Ésta, que debió ser “guapa moza” de joven, me recuerda a algo que se decía hace muchos años: “Si feo está el beber en un hombre, más feo está en una mujer”. El tiempo todo lo iguala.

LOS TOROS, DESDE LA BARRERA, LLEVAN BOTINES Y NO VAN DESCALZOS.


Si le preguntas, si es que tienes la suficiente confianza para hacerlo, a “D.” cuando fue la primera vez que pilló un ciego, te dirá que no lo recuerda. Son episodios de sus vidas que se pierden astutamente en la noche de los tiempos. No recuerda lo que mezcló, si fumó algo o si cayó alguna pastilla. Sabe, eso recuerda, eso sí, que fue por una apuesta. Nunca se sabrá por su boca si la ganó o perdió la misma en el intento. Ahora nadie apostaría ni un triste céntimo de euro por su vida. Apuesta perdida.

LOS TOROS, DESDE LA BARRERA, LE CANTAN A LA LUNA LUNERA CASCABELERA.


La idea de “H.” sobre las ayudas sociales y lo que queda de él va más allá. En su particular y onírico mundo sigue creyendo a pies juntillas que no le valen, que no le llegan y que no le sirven sean las que sean las ayudas sociales. Duerme en los cajeros sobre un cartón y se tapa con lo que pilla que suele ser otro cartón. Y a su lado uno más, un cartón, pero de vino. Debe tener alguna soldadura por donde pierde líquido y no está reparada. Y eso que era buen fontanero.

LOS TOROS, DESDE LA BARRERA, NO SON MANSOS. SON MIHURAS.



(¿continuará?)

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