(Uno)
La primera
vez que pude rozar su mano noté un sudor frío que me corrió desde la nuca y me
recorrió toda la espalda. O eso creí yo, porque al cabo de los años, que han
pasado más de cincuenta, a estas alturas de la temporada la memoria me flojea.
¿Cuántos años
teníamos por aquel entonces? No creo que fueran más de ocho o nueve. Yo era un
mocoso de pantalón corto, calcetines a
rombos y jersey de pico que laboriosamente había confeccionado mi madre
con las madejas que yo le ayudaba a convertir en pelotas mientras por la radio
sonaba José Guardiola o Manolo Escobar. Ella, aquella chiquilla, era menuda, poquita
cosa, peinada con dos largas coletas y un pequeño flequillo que le redondeaban
su pálido rostro, efecto y consecuencia
de una debilidad galopante que después supe que le pasó factura.
Nos prometimos amor eterno, casarnos, ser fieles de
por vida y tener muchos, muchos hijos, aunque no supiéramos cómo se hacían. No
teníamos problema con esa apuesta de futuro puesto que París debía estar a la
vuelta de la esquina. Éramos dos seres de ideas alejadas en el horizonte y,
evitando miradas ajenas y calles concurridas, volvíamos del colegio después de
comernos un pequeño quesito y beber un botellín de leche, agarrados de la mano
como hacían los mayores y nos separábamos con un mohín de resignación a cien
metros de nuestras casas.
La mía
estaba prácticamente enfrente de la suya. Tras cenar la típica sopa aguada con
lo que mi querida madre había podido conseguir en aquellos días y una tortilla
francesa para mí solo (mis padres se alimentaban mirándome) recuerdo que al
irme a la cama rezaba al Niño Jesús para que nada nos pasara y, suspirando,
apretaba los puños para dormirme enseguida y poder acompañarla al día
siguiente. Y llevarle la cartera. Y tirar mi chaqueta a un charco para que no
se mojase los zapatitos. Y mirarla de reojo mientras veía cómo se ruborizaba. Y
cogerla de la mano como hacían los mayores,
insisto. Y enfrentarme como un Quijote ante molinos y truhanes para defender a
mi Dulcinea.
Cuando cumplí
once años cambié de colegio y fui a parar a un instituto. Ella dejó los
estudios, en parte porque la economía
familiar no se lo permitía, el problema añadido de que pertenecía a una familia
numerosa, y, sobre todo, por su precaria salud.
Al cabo de un
año, que yo ya no recordaba las promesas de fidelidad, me enteré de su
fallecimiento consecuencia de una leucemia mortal y las secuelas que la habían
dejado, también fue mala suerte, un par de veces que la atropellaron un par de
conductores despistados en poco menos de medio año. Unos tristes hechos que la
dañaron para siempre, si es que quedaba algo por dañar.
Alguna lágrima debí soltar y unas nubes negras
cruzaron delante de mí. Luego supongo que fingí que la había olvidado, pero no.
Es ahora y con una fotografía muy borrosa en mi mente cuando me veo de nuevo
agarrado a la mano de esa figurilla de porcelana con largas trenzas, envuelta
en el chaquetón del hermano mayor, con calcetines blancos y andar suave que
cada vez que yo decía: “Para siempre”, solamente me miraba, sonreía y asentía, bajando la
cabeza, roja como un tomate, como si las dos palabras cerrarían un trato eterno
que ningún fantasma pudiese cortar de un tajo.
Ya peino
canas, bastantes, pero aún hoy, cuando voy al cementerio, (que voy muy escasas
veces), pongo una flor encima de una lápida pequeñita donde reposan parte de
mis sueños de niño y algunas ilusiones olvidadas.
Sin embargo,
aunque de otra manera, sigue siendo: “Para siempre”. Soy así de tonto…
Es algo inevitable.
(Dos)
O sea, que tú también te has enterado. Aquí corren las
noticias más rápidas que la pólvora, ¡joder! y eso que sólo hace una semana que
salimos. Pues nada, que se me puso a tiro en los billares y me dije que ésa era
la mía. Aparte de eso, ya ves cómo está de buena la pava. Pero no, no es por
eso.
(…)Oye, no te pases.
(…)
A ver… Que es la primera chica con la que puedo mantener una conversación interesante, que no te empapas. Y nada de hablar de los cuatro “pringaos” que salen por la tele o de los niñatos de pelitos que cantan como si tuviera diarrea mental en “Aplauso”. Con ésta se puede dialogar, que sabe escuchar lo que uno dice y cuando le toca hablar a ella no la corto como a las otras.
(…)
Pero, ¿Qué dices? ¿Estás majara o qué? ¿Campanas de boda? Alucinas. Que solo es una semana lo que llevamos enrollados. Ahora que, si la cosa va para largo, no seré yo el que diga que no, pero lo del cura, el banquete y conocer a sus padres, todo eso lo veo muy lejano.
(…)
Estarás de coña, ¿No?, A ver si te crees que tengo intención de conocer a sus viejos. Bueno, a su vieja si la conozco, pero de lejos, de verla alguna vez con su hija. A su viejo, no. Se debe pasar todo el día currando.
(…)
Y yo que sé si tienen pasta o no. ¡Tío…! Pareces un secreta con tanta pregunta, coño…. Eso no me interesa de momento ni lo más mínimo.
(…)
Oye, que llevamos siete días, que no es para tanto. Y si al final se rompe, pues a rey muerto, rey puesto, que hay un montón de chicas pidiendo guerra.
(…)
Me doy el piro, dame un toque en casa y quedamos para mañana. Es que ahora he quedado con ella.
(…)
No, tú llama al portero automático, quedamos y nos tomamos unas birras.
(…)
Que no, pesado. Que no he cambiado, pero así va la película. Las cosas son así, es algo inevitable, tío.
(…)
Venga. Me voy. Nos vemos.
Y ahora, ¿Qué
hago yo?
Por fin,
después de dos años de matrimonio ha llegado el primero y espero que no sea el
último, Mira qué felices están los dos, la madre y el niño. Vamos, que se me
cae la baba pensando que ese muñequito de carne y hueso, con un poco de pelusa
en la cabeza, los ojitos cerrados y los puños afianzados y muy apretados pueda
ser mi hijo, mi descendiente, mi herencia. Ya he cumplido con parte de los
trámites de los casados, mi padre ya no me podrá recriminar nada ni comentar
que me he echado el cargo antes de tiempo porque ha venido a su hora. Ahí le
duele. Por una vez llevo yo razón.
Bueno ya es hora de dejar el hospital y que los dos descansen… ¡Que
bendición!, me da pena irme tan pronto pero mañana estaré aquí a primera hora
con un buen ramo de flores y lo que se me ocurra sobre la marcha. Ahora a
comprar unos puros y a dar la noticia a los amigos. ¡Dios! ¿A que he perdido el
móvil? ¡Como que no abulta el trasto, que parece una fiambrera. A ver cuándo
los hacen más pequeños que esto parece un ladrillo… Tranquilo, ya aparecerá,
son los nervios. ¡Ay…! Se me saltan las lágrimas. Pero ¿No estoy llorando? El
momento más feliz de mi vida y me pongo a llorar como una Magdalena. Mira que
soy tonto. Y que guapo es. ¿A quién se parece?, da igual, es nuestro y eso es
lo que vale y lo que interesa, ¿Qué iba a hacer ahora?, Estos nervios me
traicionan. ¿Qué iba a hacer yo ahora? Es tan guapo… No sé si habrá salido a
mí. A quien se parece es a su madre. Era inevitable que se pareciera a ella…
¡Y qué guapos están los dos…! ¡Qué guapos, madre, que guapos…!
(Cuatro)
[…]
Pues mira que me lo decía en broma el muy pardillo, ya
ves, y se debía pensar que yo iba a aguantarle. Vamos, que una no es tonta. Ya
llevaba años harta de lavar sus calzoncillos, de planchar sus camisas, de
armarme de paciencia con sus ronquidos y de esperarle a la vuelta del fútbol. Porque
nunca me llevaba ¿sabes?[…]
No me hagas reír. No me gusta el fútbol. Era por…
[…]
¡Eso es! Por salir de casa a que me diera el aire. Que para lo que me sacaba por ahí… Los sábados y para de contar. Y no todos.
[…]
No, la verdad. Que ya estaba harta de aguantarle. Cuando no era que se quedaba apoltronado en el sofá, soplando como un oso, me dejaba la ropa tirada de cualquier traza por todo el piso. Y cuando nos íbamos a dormir, casi me tiraba de la cama a codazos.
[…]
¡Que te crees tú eso! Me apaño muy bien sin él. ¿Para qué me hace falta? ¿Para la cama? Pues no. Me arreglo muy bien. Esas cosas no las echo en falta. Todavía, no…Y fíjate cómo me amenazaba, el idiota. No se cansaba de decirme con un tono de chulería (el mismo que tenía su padre que en gloria esté): “Cualquier día encuentro a una mejor, más joven y más guapa y a ver qué haces tú, sin oficio ni beneficio, que valéis para lo que valéis”.
[…]
¡Ya te digo…! ¡No te fastidia el sabihondo! Se debía pensar que solo servimos para ellos a partir de las once de la noche. Porque, esa es otra. Durante el día no están y no ven lo que hacemos. Lo de que durante esas horas pasemos el rato cocinando, fregando y llevando a los niños al colegio, eso no les importa lo más mínimo. Mira que era pardillo…
[…]
No sé. Creo que vive realquilado en un piso compartido.
[…]
¡Quién sabe… ¡ A veces siento un nudo en el estómago, pero luego me lo pienso mejor y ¡Allá penas! Fue una equivocación, que éramos muy jóvenes, y no fue ni tan siquiera bonito mientras duró.
[…]
¿Qué si le veo? ¡Qué remedio! Él me ve a mí y yo le veo a él. Parece que me espía. Le informan de todo lo que hago sus amigotes y sus compañeros de fábrica. Esto no pasa de ser un pueblo y una no es tonta. Me entero de todo.
[…]
Alguna amiga me ha dicho que pregunta por mí. Está celoso de todo lo que hago, pero, mira… Que se lo hubiera pensado antes.
[…]
¿Qué me dices? ¿Tú te crees que después de tantos años voy a volver a picar otra vez? Está apañado el señorito… Sí que salgo por ahí, es verdad, porque con éste eran dos bares, a cenar y a la cama. Y en un minuto a dormir, y en ocasiones ni un minuto, pero no. No tengo pareja ni quiero, que el gato escaldado, ya sabes. Por lo menos, no de momento.
[…]
No lo sé, eso lo lleva mi abogada. Por ahora la pensión llega puntual. Mira, es como las llamadas al teléfono, puntuales, cada dos horas, pero no se lo cojo. ¡No tengo otra cosa que hacer!
[...]
¿Volver con él me dices? No, no, no creo, no…, bueno,
quién sabe, pero no, no creo… Tal y como se ha portado, como para repetir. Es
algo inevitable. Él se lo ha buscado. El sabrá…
(Cinco)

¿Y tiene
usted la santa voluntad de preguntármelo a la cara y no se pone colorado? Que
yo vea, usted es un hombre como yo, digo, y también se vestirá por los pies, y
Dios me perdone si le ofendo. Comprendo. Que aquí yo soy el malo y mi señora,
allá donde esté, era una santa. Vaya usted a saber, si me lo permite, el por qué.
Mire:
Soy como soy,
no me enseñaron de otra forma, porque de chico, después de estar trabajando de
sol a sol por cuatro perras, en casa levantabas un poco la voz, o la vista, o
no llegabas a la hora, y padre te ponía la cara del revés y te la dejaba marcada
para una semana con esas manos enormes que tenía, que parecían sartenes. Y si
madre respondía, ya éramos dos los que torcíamos la vista en tres o cuatro
días. Y no se podía levantar la voz, que en ello nos iba también la cena a mí,
a madre o a mis hermanos, que a padre tanto le daba. Siempre nos decía lo
mismo: ”Cuando seáis padres, comeréis huevos” y yo, mire usted, creía que los
comería cuando me casara, que llevando jornal a casa no hacían falta más
preocupaciones.
Pero las
cosas que se empiezan a torcer cuesta enderezarlas. Hay veces que das la mano y
te cogen el brazo. A mi santa, desde el día que me casé, no le faltó de nada.
Que para eso tengo dos manos y hemos alimentado a siete hijos. Para ella dejaba
sus labores y la educación de nuestros chicos, que se portaban bien, que
ninguno me levantó nunca la voz, que en ello les iban las habichuelas. No es de
recibo faltarle el respeto ni a un padre ni a un marido, ¿Me comprende usted?
El último día
que vi a mi santa estuve tomando unos vinos, como de costumbre, con los
compañeros de trabajo, y reconozco que no llegué a casa muy bien. Un poco
alegre, ya sabe usted, un poco “chispón”. No era muy tarde pero la cena no
estaba puesta, cuando a padre no le han faltado nunca dos huevos fritos. Y ésta
no era la primera vez que pasaba, ¿sabe usted?
Estaba
apoyada en la mesa de la cocina con la cabeza gacha y revolviendo un trapo
entre las manos, señal de que había hecho algo malo y me lo ocultaba. Y no era
la primera vez, ¿sabe usted? No era la primera vez, no señor. Le pregunté por
la cena y ahí se revolvió todo porque, al no hacerme caso, se me fue la mano
para que despertara y le sacudí una torta, pero en plan cariñoso, ¿sabe usted?
Entonces saltó sobre mí mi hijo mayor a traición, por la espalda y dándole un
golpe que me lo pude quitar de en medio, ¿”me se” entiende? Pero se quedó en el
suelo tendido, como muerto, a lo que mi santa se fue de rodillas a él porque
sangraba de una ceja y ella se puso a llamarme de todo.
Yo quería que
se callase, que aquellas voces se me iban clavando muy adentro, ¿Sabe usted? Pero,
erre que erre, mi señora seguía voceando y mentando a mis mayores, invocando a
la Virgen. Y, por si fuera poco, los vecinos aporreando la puerta, que a ver
qué pintan ellos en una discusión familiar, que son todos unos cotillas y se
meten donde no les llaman, que los trapos sucios se lavan en casa de cada uno,
¿sabe usted?
Ya sólo
recuerdo cuando llegó la Guardia Civil y me quitaron el cuchillo de cocina de
las manos. Y también me acuerdo, mal, ¿sabe usted? a mi hijo mayor sangrando de
la ceja del golpe que se había dado y sujetando a mi santa con todo el delantal
manchado de sangre y roto por varios sitios.
Y ahora,
¿Sabe usted?, mis hijos no me hablan, ni la pequeña que es la niña de mis ojos.
Lo daría todo por volver a tenerla en casa que no me porté nunca mal con ella,
que discusiones tienen todas las parejas. Sí que tuve que poner a veces las
cosas en su sitio, pero eran caricias. Mi santa era todo para mí.
Una torta dada a tiempo es inevitable ¿sabe usted?
(Epílogo)
Ahí se van
sesenta años de vida en común. ¡Ay, qué poco falta, Pilar, para que nos
juntemos de nuevo! Como decía nuestra canción, ¿te acuerdas? "espérame en el cielo" que yo no
habré de tardar en juntarme contigo.
Mira, Pilar.
El albañil ya ha metido las flores y las coronas, las flores del recuerdo
infinito y las coronas de mi amargura sobre tu postizo pecho de caoba, pino o
cedro, qué más da. Sobre el andamio oxidado, eleva una zafia placa de hormigón
que acuña con maderas viejas y te separa de mí por unos pocos días.No han venido muchos pero han venido los que siguen en pie. Hasta ha venido aquel que te miró toda la vida a hurtadillas. Y eso que no se tiene en pie y ha llegado en silla de ruedas. Pero ha venido también.
A nuestro alrededor están los viejos amigos, pocos y viejos, solitarios y viejos. Como yo. Ley de vida es esto de la Muerte. Pronto estaremos todos allá arriba aunque, como yo no he creído nunca estas cosas, a lo mejor tu San Pedro no me dejará estar con ellos y contigo.
Una sola cosa te digo: si he de
transigir para que me dejen contigo, haré de tripas, corazón y les haré caso por una vez, solo una, a tus santos y a tus ángeles. Será el único momento que deje aparte mis ideales, mis pensamientos, mis costumbres, y me doblegue.
Solo por estar a tu lado en el más allá toda una nueva vida, juntos los dos, haría lo que fuese, lo sabes bien.
Porque si la
Muerte es inevitable espero volver a encontrarte.
No tardo. Ya
voy…
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