LA ELEGANCIA DEL ERIZO. (El maullido del arroyo)

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"Tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes." (Muriel Barbery)

"La verdadera novedad es lo que no envejece, pese al tiempo."

Señora Renée:
Honestamente he llegado a pensar, señora Renée, que un libro no es para sus manos mas que un montón de hojas escritas en una imprenta cualquiera, con una curiosa portada que no despertará su curiosidad y que puede convertirse en algo incómodo, siendo como creo que debería ser, un regalo para su vista, que no llenará su despensa sino que se convertirá en un estorbo al que no se va a molestar ni tan siquiera en quitarle el polvo.
No sé, francamente o realmente, cuál fue mi intención al comprarle ese libro de marras, señora Renée, si para lo único que le ha importado, al parecer, es que tuviera un lomo bonito, un torso suave y una brillantes tapas, que luciese impecable e implacable, que se volvería antojadizo a sus visitas zalameras que aplaudirían su cultura aunque les importase un céntimo de euro, como de costumbre, lo que usted piensa o hace. Hacinado quedará en ese desván de los olvidados en el que se ha convertido su sala, desparramada, opaca y laberíntica. Una habitación donde debajo de la correspondencia de bancos y la propaganda de supermercados, de ropa a falta de plancha o a falta de lavadora, de miles de mandos a distancia de otros tantos miles de aparatos insufribles y febriles (ya no sabríamos hacer nada sin ellos, ¿verdad, señora Renée?) se esconden los más íntimos abalorios del confort, las pastillas para la tos (las del dolor ajeno, señora Renée, hace tiempo que se acabaron y no las ha repuesto), la arena del gato o las gafas de sol de la visita fortuita a San Sebastián.
Es decir, que le importa tres puñetas, o cuatro, que por sus páginas, señora Renée, se destile la vida de una luchadora venida a menos, de una fémina, mujer, sexo débil (utilice el estereotipo que le venga en gana) que cree en príncipes de ojos rasgados que no vienen de su arco iris particular, sino de su Sol Naciente Imperial a plantar alfombras a los pies encallecidos de sus sesenta o más, paseos de transhumancia, abatimiento y desgana.


Parece completamente convencida de haber hecho de la derrota su trofeo. Y acostumbrada, con la desidia que marca al caido, con el convencimiento de que esta situación hace tiempo que no tiene arreglo, exhiba el triste galardón. Ni tiene fuerzas para colocarle un imperdible a la medalla que oculta y pasea su congoja entre acongojados, señora Renée. O ¿Más bien debiese decir esquiva su congoja entre acojonados, intentando oscilar limpiamente entre ellos con el desaire que no oculta ser uno más entre los menos y ser uno menos entre los que se creen ser más?
Recuperar su pasado combatiente, señora Renée. Ese sería uno de los motivos por los que me interné entre los legajos de aquella librería con portadas de periódico, revistas y cartulinas de colorines colgando de modernos expositores para elegir, señora Renée, un soplo de aire freco novelado, una llamada a la rebeldía bien entendida y darle a entender que no todo es fregar cuarenta platos y doblar camisas recién planchadas. No, señora Renée. No fue prepotencia de mi parte. Podía haberme decantado por Proust, por Darío, por Hesse o por otros muchos.
A sabiendas de que hay terrenos áridos, señora Renée, quise enseñarle cómo otra igual, una portera de un bloque de nuevos ricos de la calle Genelle, número siete, de París, rechoncha, fofa, desagradable a la vista de los ciegos que nunca aprenderán a ver más allá de sus narices, y esquiva a su igual, a usted misma, mismamente, señora Renée, portera de su portería. Aquella que mascaba chocolatinas mientras engullía a los elegidos por cuatro y no por cuatro mil. Curiosamente, esa. En alguna parte tenía que estar la diferencia, señora Renée.


Señora Renée, me deja usted con la miel en los labios. Las ilusiones que en su día me hice no están llegando a buen puerto. Soy un pretencioso o un iluso, vivo a veces de ellas, de las premisas que dan todo por hecho y no escarmiento. Le noto un retintín (que diría mi abuela) de sabor acre y pasado de fecha de caducidad, desde hace mucho tiempo. Señora Renée, no quisiera decepcionarme de nuevo... Me canso de estas situaciones tan predecibles y habituales como insoportables. No estoy para más ruidos de los necesarios aunque no sea lo mío huir y esconderme de fatuidades ya que tengo por norma dar la cara como un argonauta. Y ni Ulises ni Jasón pisan el balcón de mis enredederas ni llegarán a ser mis favoritos.
Incluso, señora Renée, he notado en su mirada postinera, un soslayo a mis pasos que me deshabilita y desarma por momentos. He, duramente, aprendido a renacer, señora Renée, y no le tengo miedo a casi nada. El miedo se lo tengo a acabar mís días sin poder haber aprendido más. Más todavía. Mucho más.Yo también sé que no sé nada. Y eso es lo que quiero que haga mella en su conocimiento, señora Renée. Quiero que el ansia la devore y consuma. Que sea fuego lo que corra por su piel, que sus pápados se cierren de cansancio ante las páginas que amarillearán al cabo de los años y deje las mojigaterías y las torpezas para los que hace años tiraron la toalla.


Señora Renée, nadie dijo que fuera fácil. ¿Fue eso lo que yo le comenté en su día, cómodamente sentados en la terraza de aquel bar de barrio?
No pierdo la ilusión, señora Renée, de triunfar en la búsqueda del perfecto regalo que no tenga nada que ver con fechas y compromisos. Desde ahora le digo que ésta, mi modesta ofrenda, no tendrá nada que ver con motivos chuscos, niñerías o efímeros lamentos. Por lo mismo, vaya desterrando la idea de que acuda a su portería con un ramo de rosas marchitables o una caja de bombones de licor consumibles. Podría, incluso, señora Renée, invitarla a la ópera y que se lo hiciera en sus bragas de esparto o de fina seda acrílica como Julia Roberts en "Pretty Woman". Pero, señora Renée, dudo mucho que en la caja roja con lacito vuelva a ir un libro, aunque nunca se sabe...
Que tenga una agradable y solitaria vejez, señora Renée, y no se olvide de los borrachos y bohemios que cruzan por delante de su ajada, triste, monótona, vacía y gris portería. Mis suspiros. O mis condolencias. Escoja libremente si todavía le queda albedrío.


La elegancia del erizo (en francés L'Élégance du hérisson) es la segunda novela de la escritora Muriel Barbery. Fue publicada en 2006 por la editorial Gallimard, convirtiéndose en el éxito de la temporada con más de un millón de ejemplares vendidos y 30 semanas en el número 1 de la ventas. Gracias a este éxito, le fue otorgado el Premio de las Librerías (Prix des Libraires) francesas en el 2007.

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