Esta tierra es mía (1943)

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Esta tierra es mía (1943)

La mayoría de las personas tienen miedo a la muerte porque no han hecho nada de su vida.
Sir Peter Alexander Ustinov


TÍTULO ORIGINAL: This Land is Mine
DURACIÓN: 103 min.
DIRECTOR: Jean Renoir
GUIÓN Jean Renoir & Dudley Nichols
MÚSICA Lothar Perl
FOTOGRAFÍA: Frank Redman (B&W)
REPARTO: Charles Laughton, Maureen O'Hara, George Sanders, Walter Slezak, Kent Smith, Una O'Connor, Philip Merivale, George Coulouris

SINOPSIS

Arthur (Charles Laughton), un profesor francés tímido y muy cobarde, recupera el valor y la dignidad al pronunciar un encendido discurso sobre la libertad durante el juicio al que es sometido por un asesinato que no cometió. Louise Martin (Maureen O'Hara) tiene un hermano que toma parte en sabotajes contra los nazis. George Lambert (George Sanders), en cambio, colabora con los alemanes porque piensa que ése es el único camino para lograr la paz y la seguridad.

CRÍTICAS

Segundo film americano de Renoir. "Creo que tiene la humanidad y la veracidad de las mejores películas de Renoir. Y Laughton, como siempre, está genial." (Carlos Boyero: Diario El Mundo)

Este verano ardiente que estamos padeciendo no invita precisamente a ir a esos cines que se van a ver abocados a cerrar porque el 21 % de IVA que les quiere aplicar el desgobierno del señor Brey y sus secuaces les está llevando a bajar la persiana “in aeternum” en cuanto empiece el curso escolar. ¡A ver cómo repercuten ese desfase en las entradas y en las palomitas, manda güevos!

Tampoco es que ofrezcan grandes cintas, con las contadas excepciones como pudieran ser “Pollo con ciruelas”, “Prometheus”, de la que sigo teniendo mi opinión MUY personal, o la que se nos avecina con la nueva entrega de "El Legado de Bourne", y ya van cuatro... No hay mucho que elegir, la verdad sea dicha
El resto de la diversión puede estar en las terracitas tragando olimpiadas (y en breve, furbor), o yéndote de verbena al barrio o al pueblo de al lado para ver las repeticiones de las olimpiadas (y en breve, del furbor). Eso sí, pedazo de jarra de cerveza o de sangría bien amarrada en la mesa de plástico y cuando se vacíe otra que ya estás tardando chaval. Los que no le den al “pimple”, refresquito o café con hielo que también entra bien.

AL CINE, CINE Y AL CESAR BREY, NI LOS BUENOS DÍAS.

No quiero empezar este viaje al cine del pasado, a ese cine de blanco y negro que ya no se hace (ni tan siquiera la oscarizada “The Artist” se arrima aunque mala no es), tomando esta película de entre tantas de cualquier filmoteca, sin mencionara a una eterna secundaria irlandesa que se puso el nombre de Una O’Connor, una viejecita irredenta, cascarrabias y quisquillosa que en ésta que tenemos ahora aparece como la madre absorbente y excesivamente protectora de Laughton.


Una O'Connor (23 octubre 1880-4 febrero 1959). Nacida Agnes Teresa McGlade en una familia católica nacionalista en Belfast , Irlanda, empezó como actriz con el de Dublín 's Abbey Theatre Durante muchos años, trabajó en Irlanda y el Reino Unido como una actriz de teatro, por ejemplo, en El Starlight Express en el Teatro Kingsway de Londres (1915-1916). No había atraído mucha la atención hasta que fue elegida por Noel Coward para aparecer en Cabalgata (1933). Su éxito la llevó a Hollywood y O'Connor decidió quedarse allí.
Fue una de las favoritas del director James Whale. Entre los papeles mejor recordados de O'Connor estarían sus actuaciones en “El hombre invisible” (1933) o en “La novia de Frankenstein” (1935) sin olvidarnos de la afligida madre de un miembro del IRA capturado en “El delator” (1935, John Ford)

ESTA TIERRA ES MÍA
(y solo mía. ¡Hala, garrulo. Cómprate un duro de bosque y piérdete, usurpador!)



Muchos catalogarán esta película de Renoir como una película meramente propagandística llevada a cabo durante la Segunda Guerra Mundial realizada en pro de los aliados. Sí. Tiene fallos, es propagandística, moralista, anticuada, ingenua. Pero lo que Renoir traduce a imágenes es una explosión de rabia contenida durante muchos meses y lo hace arrancando desde la cobardía. Pero también desde la dignidad, la madurez y la valentía de lo que la verdad lleva implícita.
A Renoir le estaban robando algo más que su país invadido. No le queda otra que forzar la máquina
Un primer consejo. Hay que mirarla con los ojos de los años cuarenta y la sensación de que un “SS” o “un” camisa azul, en su defecto un camisa negra con aguilucho, se nos puede colar por la puerta en cualquier momento. Estamos en 1940 y en una Europa dominada por lo que Berlín quisiera hacer y deshacer a su antojo (¿Les suena?). Lo que luego hicieron los aliados vencedores lo dejamos para “El tercer Hombre” de Orson Wells y alguna cinta más, que las hay.


Renoir nos sitúa en una pequeña ciudad de provincias dentro de una Europa ocupada por los alemanes (¿nos suena de algo?) aunque de un modo un tanto pueril. No hace falta que nos dé las coordenadas del pueblecito para saber que, en el fondo, es la aldea gala que aún resiste al invasor. (Esto es, que conste, una perogrullada por las coincidencias. Solo eso). Quizá buscaba Renoir dar a su tesis validez universal, aplicable en todo tiempo y lugar. No es necesaria una puntualización ni la guía Michelín. Cualquier pequeña ciudad hubiese valido. Hasta las de “Crónicas de un pueblo”, “Verano Azul” o “Calabuch”.
La personalidad de cada uno de los personajes que componen la trama, todos ellos con una temperamento muy marcado y diferenciado del resto, obligan, bajo la paleta de grises de Renoir, a puntualizar sobre ellos, a amarles y a odiarles y a perseguirles con el “a ver por dónde saltan ahora”. Y eso en el cine actual, esa profundización sobre los caracteres, ya no se ve. Y se echa de menos.


El plato fuerte de toda esta cinta se centra en el pusilánime maestro de escuela (Laughton) un niño grande y mimado que no sale de debajo de las faldas de su madre (O´Connor) que se asusta y llora como un chiquillo durante los bombardeos mientras sus alumnos se ríen de él; que no es capaz de declararle su amor a Maureen O´Hara, (deliciosa e inolvidables esas lágrimas en el metraje final) o de plantar cara a la ocupación; que entra en estado de pánico cada vez que una octavilla de la resistencia incitando al sabotaje frente al nazismo se cuela por la puerta de casa.



El resto del plantel de actores no nos deja indiferentes tampoco aunque a veces se extreman, por aquello de la propaganda subliminal y se podría decir que sobre actúan, como es el caso del partisano o del colaboracionista
Pero Laughton en su rol no deja de ser maestro vocacional. Su primer deber es salvar la verdad, siguiendo las pautas de lo que Platón, Tácito o Voltaire escribieran (Filmaffinity). Y trasmitir esas verdades a sus alumnos

Aun así, hay un papel que si no es excesivamente trascendente y con poco minutaje sí que va a dar un genuino vuelco a toda la acción y va a llevar al maestro a un final que en el fondo, todos queremos que se vea. El héroe de esta película no debería ser Albert Lory (Laughton) sino el Profesor Sorel (Merivale). Su lucha silenciosa y su posterior muerte son las que despiertan a Lory de su letargo y le llevan a reaccionar frente a la tiranía. Me recuerda a “La lengua de las Mariposas” ¿Por qué será?
Y donde realmente se nota la propaganda “made in USA” es en el juicio con una escenografía típicamente americanizada y metida a calzador. Pero ya se sabe: el que paga, manda y hay que atar la burra donde diga el amo (aunque se ahorque)

Que se nos vaya acabando esta canícula y que la Fábrica de Sueños tenga alguno con los que pasar el invierno. Aunque no sé en qué sala de cine porque a este paso…


1 comentarios:

maria rosa dijo...

Es una obra de arte , sobre todo la interpretación de Charles Laughton. Una personalidad en principio pusilánime , pero después dá una gran lección .Me encantó

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